En nuestro análisis de mayo, La epidemia silenciosa: la creciente crisis de ansiedad en Estados Unidos, exploramos cómo la incertidumbre y la desesperanza—producto de la inseguridad económica, el aislamiento social y la creciente desigualdad—han alimentado un notable aumento de la ansiedad en todo el país. Sin embargo, esta crisis de salud mental no reconoce fronteras. En todo el mundo, las sociedades que enfrentan depresión, pobreza y desilusión se enfrentan a una creciente fragilidad emocional. En ningún lugar se ilustra esto de forma más cruda que en Colombia: el sábado 7 de junio de 2025, el senador de 39 años y principal aspirante presidencial Miguel Uribe Turbay fue baleado tres veces—dos en la cabeza—a tan solo segundos de declarar que la principal crisis que enfrentaba su país era la salud mental. Esa escalofriante yuxtaposición—una fragilidad emocional a escala nacional seguida de un trauma de bala literal—no ha pasado desapercibida para los observadores.
Revisitando “La creciente crisis de ansiedad en Estados Unidos”
En mayo, documentamos cómo la interacción entre precariedad económica, polarización política y la erosión del apoyo social durante la pandemia había elevado los niveles de ansiedad a cifras sin precedentes en EE.UU. A partir de datos económicos y métricas de salud mental, argumentamos que la desesperanza emocional estaba socavando la cohesión social y la confianza en las instituciones democráticas.
No obstante, estos factores de estrés son globales. Las secuelas financieras del COVID‑19, sumadas al aumento del costo de vida, los choques climáticos y la inestabilidad geopolítica, han desencadenado una espiral de salud mental en países de todo el espectro económico. Los países pobres y de ingresos medios enfrentan desafíos aún más severos: los sistemas de salud mental están subfinanciados, y el estigma impide aún más el reconocimiento del sufrimiento emocional.
El incidente en Colombia: una dolorosa yuxtaposición
El 7 de junio de 2025, Miguel Uribe Turbay, senador con aspiraciones presidenciales, se dirigía a simpatizantes en el distrito de Fontibón, en Bogotá, cuando un agresor de 15 años abrió fuego. Fue herido dos veces en la cabeza y una en la rodilla; otras dos personas también resultaron heridas. Expertos lo calificaron como un raro intento de asesinato perpetrado por un menor de edad, lo que generó preocupación inmediata sobre una posible reactivación de la violencia política del pasado oscuro de Colombia.
Críticos y analistas calificaron el atentado como un ataque no solo contra Uribe Turbay, sino contra el discurso democrático mismo. El secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio, lo denunció como “una amenaza directa a la democracia”, mientras que el presidente Gustavo Petro canceló un viaje planeado a Francia y ordenó una investigación de emergencia.
El ataque fue especialmente impactante porque Uribe Turbay acababa de referirse a la salud mental como una crisis nacional crítica. La ironía—un defensor de la salud mental baleado segundos después—ha desatado una intensa reflexión dentro y fuera de Colombia.
La salud mental como prioridad de política sanitaria global
La magnitud de la carga
Según la OMS, en cualquier momento, casi 1 de cada 8 personas en el mundo vive con un trastorno mental—principalmente ansiedad o depresión—con cifras que se dispararon durante los años del COVID‑19. El informe Global Burden of Disease 2019 mostró que los años de vida ajustados por discapacidad (DALYs, por sus siglas en inglés) por trastornos mentales aumentaron de 80.8 millones (1990) a 125.3 millones—un ascenso alarmante con consecuencias sociales serias.
Costos económicos
Se estima que la depresión y la ansiedad cuestan a la economía global cerca de 1 billón de dólares en productividad perdida cada año. La presión sostenida sobre los sistemas de salud mental, especialmente en países de ingresos bajos y medios, deja grandes brechas de tratamiento—se estima que entre el 76 y el 85 % de las personas con depresión en países en desarrollo no reciben atención.
Implicaciones para la seguridad: del individuo a la nación
Fragilidad individual como riesgo de seguridad
Cuando no se abordan, las condiciones de salud mental—especialmente entre jóvenes—pueden distorsionar la percepción del riesgo, erosionar el control de los impulsos y aumentar la propensión a la violencia. Individuos solitarios con depresión o psicosis sin tratar pueden convertirse en actores solitarios, mientras que personas marginadas o traumatizadas son vulnerables a ideologías radicales o al reclutamiento extremista.
Raíces emocionales de la violencia política
En todo el mundo, la violencia política impulsada emocionalmente está en aumento—desde tiroteos masivos en países occidentales hasta asesinatos con motivaciones políticas en contextos en desarrollo. La experiencia casi fatal de Uribe Turbay ejemplifica cómo la desesperación personal puede cruzarse con la acción pública en el nivel más destructivo.

Colombia en modo crisis
Contexto histórico
Colombia arrastra un legado traumático de violencia política—desde el asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán en 1989 hasta el narcoterrorismo de Pablo Escobar y el conflicto civil con las FARC. Aunque los acuerdos de paz han mitigado parte de ese legado, la polarización política se ha intensificado durante el mandato izquierdista del presidente Petro.
Un nuevo punto de inflamación
Uribe Turbay está vinculado familiarmente a esa violencia del pasado: su madre, la periodista Diana Turbay, fue secuestrada por el cartel de Escobar y asesinada en 1991. Esa historia familiar resuena en el intento actual: el asesinato político de ayer parece reverberar en el presente, reabriendo heridas en un país que aspira al progreso democrático.
Paralelismos globales: la presión de la salud mental alimenta la inestabilidad
América Latina
Las crisis de salud mental también están contribuyendo a la violencia en lugares como Chile y Brasil, donde la desigualdad económica y el malestar social han desatado disturbios y agresiones.
Europa
En partes de Europa, el aumento de la ansiedad y la depresión entre los jóvenes—ya elevado por la pandemia—ha alimentado reacciones populistas, culpabilización de colectivos y violencia política.
EE.UU. y más allá
En EE.UU., los tiroteos masivos continúan a un ritmo alarmante, con condiciones de salud mental sin tratar citadas frecuentemente—aunque también influyen la pobreza, el aislamiento y el fácil acceso a armas. A nivel global, la falta de atención a la salud mental de jóvenes y veteranos está contribuyendo a disturbios internos y a la debilidad de la cohesión social.
Rutas hacia soluciones de política pública
Reforma del sector salud
Los países deben integrar los servicios de salud mental en la atención primaria, reducir las disparidades de tratamiento y ampliar la telesalud. Son esenciales los programas de intervención temprana a nivel comunitario y en escuelas.
Redes de seguridad económica y social
La resiliencia emocional mejora con la seguridad económica. Políticas que garanticen el acceso al empleo, apoyo financiero, estabilidad habitacional y oportunidades educativas actúan como barreras contra la desesperanza.
Colaboración intersectorial
La política de salud mental debe ir de la mano con los sectores de educación, trabajo y servicios sociales. Pero, crucialmente, los ministerios de seguridad y los sistemas policiales también deben reconocer la fragilidad mental como un precursor de conductas radicales o violentas—especialmente entre los jóvenes.
Democracia y diálogo
La libertad de expresión por sí sola no puede proteger la democracia; la inclusión emocional es igualmente vital. El discurso político debe evitar el lenguaje inflamatorio que ataque a personas vulnerables o refuerce el estigma. Los medios y los políticos deben fomentar empatía comunitaria y narrativas inclusivas.
Conclusión: el bienestar mental—un derecho y un imperativo de seguridad
El atentado contra Miguel Uribe Turbay—culminación de un trauma familiar, la violencia política y la defensa aguda de la salud mental—es tanto trágico como instructivo. Subraya una verdad innegable: la desesperación emocional, si se ignora, puede convertirse en derramamiento de sangre política.
La salud mental no es un asunto privado; es un derecho global a la salud y un pilar fundamental de la seguridad nacional. Para proteger las instituciones democráticas y las vidas humanas, los gobiernos y las agencias de salud global deben construir infraestructuras emocionales tan sólidas como hospitales, economías y sistemas legales.
El mundo enfrenta no solo una crisis de salud mental, sino una crisis de la salud mental como defensa civilizacional. La lucha de EE.UU. contra la ansiedad—y la caída de Colombia en una violencia política renovada—revelan la importancia de esta verdad. La desesperación emocional generalizada también es una vulnerabilidad estratégica. Fortalecer el bienestar mental no es, por tanto, una iniciativa opcional de salud, sino arquitectura esencial de seguridad.
Llamados globales a la acción
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La OMS y los financiadores internacionales deben aumentar rápidamente las inversiones en programas globales de salud mental—especialmente para poblaciones vulnerables.
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Los planificadores de seguridad deben reconocer formalmente la salud mental como un factor de riesgo en las evaluaciones nacionales de amenazas.
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Los gobiernos deben diseñar respuestas interdepartamentales que integren estrategias de salud, educación, economía y seguridad.
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Los medios y la sociedad civil deben desmantelar el estigma en torno a la salud mental y normalizar el apoyo emocional.
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Los líderes políticos deben asegurar que la plaza pública de la democracia también incluya seguridad emocional—de lo contrario, seguirá siendo un campo de batalla mortal.
Para la comunidad global de salud: los altos niveles de ansiedad contribuyen directamente a fallos de movilidad, pandemias y disturbios colectivos. Prepárense para apoyar estrategias integradas de salud y seguridad en sus círculos de políticas.
Y para nuestros aparatos de seguridad nacional: la resiliencia nacional depende tanto del bienestar emocional como de las defensas cibernéticas o la preparación antiterrorista. Inviertan en métricas y financiamiento de salud mental como parte central de los presupuestos de seguridad.
A menos que redefinamos el bienestar mental como infraestructura estratégica, las sociedades seguirán expuestas a la próxima ola de agitación impulsada emocionalmente. La bala que alcanzó a Miguel Uribe Turbay hizo más que herir a un político: perforó una barandilla nacional entre la desesperación y la democracia.
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